El pasado sábado 25 de abril vi desde la ventana como los menores de 14 años salían por primera vez a la calle después de semanas de confinamiento. Como psiquiatra, me dio mucha alegría ver a los más pequeños corretear alrededor de sus padres o a los más mayores sacar los patinetes y bicis sin alejarse demasiado. Por primera vez en mucho tiempo Bilbao daba señales de vida.
Ayer, sábado 2 de mayo, una semana después, éramos todos los demás los que teníamos la oportunidad de salir a pasear o correr en diferentes horarios. Todo ello con un tiempo excepcional de primavera. Ya hemos comenzado el camino de la normalidad y espero que lo hagamos con la prudencia y responsabilidad necesaria para evitar un repunte y una vuelta atrás. A pesar de algunas conductas inadecuadas que serán inevitables estoy seguro de que lo haremos con el mismo civismo del que hemos hecho gala durante la clausura en nuestras casas.
Hasta ahora, me he permitido dar pequeños consejos para que el confinamiento tanto los primeros días, como cuando tuvimos que prolongar la estancia en nuestros hogares para que esta situación no nos causase demasiado deterioro en nuestra ya de por si delicada salud mental.
Ahora que volvemos a salir de casa y vamos a buscar la rutina que dejamos atrás, ¿con qué nos vamos a encontrar? ¿Las cosas van a ser iguales? ¿Nosotros vamos a ser los mismos? En estas semanas es posible que algo haya cambiado en nosotros.
Es posible que hayamos sido plenamente conscientes de nuestra fragilidad y de nuestra vulnerabilidad. Somos muy poca cosa a pesar de nuestra arrogancia. Vivimos en un entorno privilegiado que nos hace de burbuja protectora. Dentro de este sistema todo estaba permitido en aras de la ostentación, de la juventud, de la belleza o del poder. El sufrimiento, la pobreza, la vejez, la belleza diferente o el fracaso no tenían cabida en ese nuestro mundo. Muchos de estos casos, en lugar de ser reconocidos y apoyados, es posible que acabasen en la consulta de algún psiquiatra buscando su lugar.
Tal vez sea saludable y sano ser conscientes de nuestra verdadera situación para valorar más lo verdaderamente importante y olvidarnos de lo más superficial. Puede que sea el momento de recuperar los valores sólidos universales y dejar al margen los valores líquidos e inconsistentes. Después de esta experiencia deberíamos de revisar nuestros cimientos para ver cómo han quedado. Igual nos sorprendemos de lo que nos encontramos.
Deberíamos apostar por cimientos de hormigón que soporten ésta y las pandemias o desgracias que puedan venir en el futuro.
- Ojalá a partir de ahora seamos más maduros y lúcidos.
- Ojalá seamos capaces de transmitir estos valores a nuestras/os menores y adolescentes.
- Ojalá seamos capaces de trasladar esa solidez a nuestro entorno más cercano.
- Ojalá seamos capaces de proyectar esa sensatez a nuestra sociedad.
- Ojalá seamos capaces de exigir a nuestros gobernantes la misma cohesión y solvencia que hemos demostrado la mayor parte de la ciudadanía.
- Ojalá la clase política sea capaz de realizar una gestión razonable que nos garantice una mínima seguridad, en especial para los colectivos más vulnerables y desfavorecidos, en este tipo de situaciones.
Esta vivencia nos debería hacer crecer en todos los ámbitos y llevarnos a un escenario realista en el que superemos esta crisis aprendiendo a establecer un soporte personal, familiar y social que nos haga más fuertes, más responsables y más solidarios. Deberíamos de ser capaces de vivir fuera de esa burbuja sin miedo y con mayor autonomía individual y colectiva, para ser capaces de afrontar la siguiente tormenta que, seguro vendrá, ….
Pero mientras reflexionamos, no dejemos de disfrutar del lujo de dar un paseo por nuestros pueblos y ciudades, por el monte, por la playa sintiendo el sol, el aire e incluso la lluvia. Y mientras paseamos no nos olvidemos de nuestros mayores fallecidos cuyas biografías deberíamos conocer y recordar. Se nos han ido solas y solos, como si sobrasen. Hemos llegado a pensar que su pérdida era un mal menor de esta pandemia. Cuanto les debemos y cuanto tenemos que aprender de ellos.
El regreso a la normalidad debería darnos mucho en qué pensar.
«El mayor mérito del hombre consiste en determinar sus circunstancias y no dejar que las circunstancias lo determinen a él», Johann Wolfgang Goethe.