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José Antonio Marina es una de las figuras con más prestigio e influencia de la cultura española actual. Su obra ensayística, inaugurada en 1992 con Elogio y refutación del ingenio, abarca más de cuarenta títulos. A partir de una innovadora aproximación a la inteligencia humana desplegada en su libro Teoría de la inteligencia creadora, sus investigaciones se han desarrollado en campos del conocimiento humano tan distintos como la literatura, la filosofía, la ética, el lenguaje, la historia, y muy especialmente en el terreno de la educación y la pedagogía, donde ha impulsado el proyecto Universidad de Padres.

José Antonio Marina, retratado para el suplemento Cultura/s (Marc Pallarés)

El filósofo y pedagogo analiza las lecciones que deja la pandemia y sostiene que nuestro sistema educativo ha respondido a ella como “un diplodocus dormido”.

¿Cómo ha vivido el confinamiento?

El coronavirus ha respetado a toda mi familia, y el confinamiento apenas me ha afectado porque tengo la suerte de disponer de un bien inapreciable: espacio. He tomado las medidas de precaución normales. Por supuesto me ha conmovido la dureza de muchas historias, y en algún momento temí que realmente no fuéramos capaces de frenar la epidemia.

En estos dos meses, ¿qué ha aprendido sobre usted mismo que no supiera?

No creo que esta experiencia nos proporcione una lucidez especial. La situación nos ha hecho valorar lo que habíamos perdido, de la misma manera que valoramos la salud cuando estamos enfermos. Eso no significa que vayamos a valorarla más cuando la hayamos recuperado. ¿Y sobre la gente? Tampoco ha habido ninguna novedad. En una situación de miedo hay un reflejo de acercamiento a los demás. Surge un sentimiento de compasión que anima a conductas de ayuda. Pero son sentimientos reactivos, que cambiarán cuando cambie la situación. Se habla mucho de solidaridad, pero conviene recordar el estudio de Helena Béjar El mal samaritano. Estudiaba las motivaciones que llevaban a la gente a participar en oenegés.

¿Su conclusión?

Béjar distinguía dos grupos: quienes lo hacían movidos por “buenos sentimientos”, que no solían ser muy constantes, y quienes lo hacían porque creían que era su obligación hacerlo. Estos, que eran los mas serios y perseverantes, solían proceder de grupos religiosos o de grupos de izquierda. La solidaridad sentimental es efímera. Como decía el perspicaz y cínico Oscar Wilde: “Un sentimental es alguien que simplemente desea disfrutar del lujo de una emoción sin tener que pagar por ello”. Vamos a tener una ocasión de demostrar si esa solidaridad se mantiene. Me preocupa mucho la situación económica que se nos viene encima, y no veo la inteligencia política y social necesaria para enfrentarla adecuadamente.

¿Cómo valora la reacción a la pandemia en España, tanto la institucional y política, como la médica y la social?

Lo que me pregunto es si estoy en condiciones de decir algo riguroso sobre ese tema. A mis alumnos más jóvenes les animo a que ejerzan el pensamiento crítico con un método muy sencillo. Cuando alguien os dé su opinión, preguntadle: ¿Y usted cómo lo sabe? Para juzgar cómo ha reaccionado el Gobierno, tendría que conocer qué información tenía en el momento de tomar las decisiones. Creo que ha hecho dos cosas mal: no atender a las residencias de ancianos y no proteger al personal sanitario. Por su parte, el personal sanitario se ha comportado ejemplarmente, sufriendo unos riesgos que podían haberse evitado. La sociedad, en esta pandemia, ha tenido pocas opciones. ¿Habría respetado las normas de confinamiento o de distanciamiento social si no nos las hubieran impuesto coactivamente? Creo que no, y me baso en dos hechos. El uso del cinturón de seguridad no se generalizó hasta que no empezaron las multas. Todo el mundo sabe que conducir bebido es peligroso, pero se sigue haciendo.

Usted es un experto en temas de inteligencia y ética. ¿Cómo se han aplicado, en este tiempo, estos dos criterios?

La inteligencia se caracteriza, entre otras cosas, por la capacidad de identificar los problemas y de responder con presteza. Es lo que llamo inteligencia resuelta: actúa con resolución y resuelve los problemas. Es posible que no se supieran identificar dos problemas graves: la situación de las residencias de ancianos y la necesidad de proteger al personal sanitario. Enfrentarse al tsunami hospitalario fue una demostración de la inteligencia de los equipos sanitarios, que tuvieron que improvisar y sacar medios de donde no los había. Se planteó un problema éticamente grave, si había que dar preferencia en las UCI a la gente joven, aunque creo que no se llegó a plantear realmente, es decir, que a nadie se le dejó morir por su edad. Pero quisiera ampliar el campo de observación. Algunas de las medidas económicas que se están aplicando –como los ERTE– o diseñando –como una renta básica– no son medidas económicas, sino éticas.

¿Está de acuerdo en que la sociedad va a desarrollar mayor valoración de ciertas profesiones, como las relacionadas con la salud?

Desde hace años todas las encuestas indican que las profesiones médicas son las más valoradas socialmente, y seguirá siendo así. Es probable que se confirme la tendencia que indica que el mayor número de puestos de trabajo en el futuro se darán en el campo del cuidado, de la atención personal. Deberíamos insistir en eso porque son puestos que mejoran la calidad de vida y que no gastan energía, es decir, que son compatibles con la sostenibilidad del planeta. Me gustaría que con motivo de la pandemia la sociedad valorara más la investigación científica, lo que supone una mayor inversión en ciencia.

¿Cómo le parece que han vivido las familias –o los grupos familiares– esta inesperada intensificación de la convivencia?

La situación es estresante y el estrés produce en las parejas o en las familias dos tipos de reacciones. En unos casos une y en otros separa. Lo mismo habrá sucedido ahora. Recuerdo que una persona me decía hace años: “Estoy seguro de que no nos hubiéramos divorciado si hubiéramos tenido una habitación más en nuestra casa”. Insisto en lo del espacio porque me parece un factor importante. Ha habido familias en mejores condiciones que otras para ­vivir la cuarentena.

 

¿Qué han aprendido los estudiantes, y los escolares españoles? ¿Qué ha sido lo más y lo menos formativo de este periodo?

Para la escuela, la flexibilidad. Tenemos un sistema educativo muy rígido y centralizado. En vez de copiar el modelo anglosajón, copiamos el francés, que presumía de que el ministro sabía hora por hora qué lección se estaba dando en todos los colegios de Francia. Esto es un disparate.

El programa de desescalada, ¿le parece correcto? ¿Es bueno que los escolares y estudiantes en general no vuelvan a clase –mayoritariamente- hasta septiembre?

Creo que deberíamos recuperar los días de clase que pudiéramos, siempre que la situación sanitaria lo permitiera. Decidir ya que los centros no se abrirán hasta septiembre ha sido optar por la solución más fácil. Pero no hay soluciones fáciles para problemas complejos. En otros países se están abriendo las escuelas, algunas comunidades españolas quieren hacerlo. Creo que no se están planteando las cosas con suficiente rigor.

Un editor de libros de texto nos dijo que la pandemia ha mostrado que las escuelas españolas no estaban al día desde el punto de vista tecnológico-digital.

Hace un año, la OCDE publicó un informe indicando que la introducción masiva de nuevas tecnologías en el aula no había cumplido las expectativas. No se ha hecho bien, porque las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) se han usado para buscar información, y no en el mismo proceso de aprendizaje. Por ejemplo, mientras que el libro de texto es estático y uniforme, las TIC nos permitirían adaptaciones curriculares para los distintos alumnos. Sobre este tema trabajan las grandes compañías informáticas. Así, Microsoft está invirtiendo mucho en el adaptative learning: cómo adaptar el aprendizaje al desarrollo de cada alumno. Me gustaría que esa investigación la hiciéramos dentro del sistema educativo.

Hoja de ruta para el futuro. ¿Qué recomienda hacer en el plano privado y en el público?

Aunque se dice con frecuencia que hemos entrado en la “sociedad del conocimiento” o “en la era de la tecnología de la información”, donde hemos entrado realmente es en la sociedad del aprendizaje, que se rige por una ley implacable: “Toda persona, empresa o sociedad para sobrevivir necesita aprender al menos a la misma velocidad con la que cambia su entorno, y, si quiere progresar, a más velocidad”. No me extraña que uno de los últimos libros de Stiglitz, premio Nobel de Economía, se titule Creating the learning society.

¿Qué piensa hacer usted en el próximo año? ¿Cómo afecta lo ocurrido a sus planes educativos y a sus proyectos de escritura?

Continuar con mis proyectos de investigación, que son siempre a largo plazo. ­Estoy cada vez más convencido de que ­necesitamos conocer para comprender, y comprender para tomar decisiones y actuar. La inteligencia práctica es más compleja e importante que la meramente teórica. Las cosas cambian con mucha rapidez, y necesitamos herramientas intelectuales para manejarlas. La tecnología nos ofrece una “realidad aumentada” y para saber gestionarla necesitamos una “inteligencia aumentada” también.

Publicó hace poco una Biografía de la humanidad. ¿Qué ejemplos del pasado pueden ayudarnos a superar la crisis presente?

En estos días he leído tres libros que guardan relación con nuestra situación. El fatal destino de Roma, de Kyle Harper, que explica el papel que tuvieron el cambio climático y las epidemias en la caída del imperio romano; Un espejo lejano, de Barbara Tuchman, sobre la pandemia del siglo XIV, y Crisis. Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos, de Jared Diamond. De ellos se desprende una enseñanza muy elemental: tenemos mucha suerte de haber nacido en esta época y debemos tener la inteligencia para no desaprovechar nuestras posibilidades.

Finalmente, ¿cuál cree que va a ser la gran lección de la crisis del coronavirus?

Podemos sacar una mala lección, parecida a la que aprendimos de la crisis del 2008. Las cosas estuvieron muy mal, pero acabaron por arreglarse, de modo que todo puede seguir igual. Basta con mejorar algunas herramientas para cuando la próxima crisis se presente. No vale la pena esforzarse en que no suceda. Podemos, en cambio, sacar una buena lección. La simple experiencia no enseña nada. Hace falta un decidido y esforzado deseo de aprender, para aprender algo.


ENTREVISTA A JOSE ANTONIO MOLINA. TEXTO EXTRAÍDO DE ARTÍCULO ORIGINAL PUBLICADO EN LA VANGUARDIA, POR SERGIO VILA-SANJUÁN, BARCELONA 16/05/2020

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