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La inteligencia es una virtud, un talento, un don, una gracia que a todos nos gustaría tener. Pero ¿está bien vista en nuestro entorno? ¿o es vista como una amenaza en nuestro medio en el que predomina cada vez más lo superficial y, en el peor de los casos, lo mezquino y lo cainita? ¿realmente es bueno ser inteligente?

Todos tenemos la esperanza de tener una inteligencia que nos permita desenvolvernos en esta vida de forma solvente para garantizarnos un mínimo bienestar y que nos permita hacer frente a las diferentes situaciones, buenas y malas, que nos toquen vivir. Yo creo que también todos nosotros estaríamos de acuerdo con esta sencilla definición de inteligencia. En los últimos años el concepto de inteligencia ha ido evolucionado y ampliándose hasta nuestros días.

INTELIGENCIA ACADÉMICA (COCIENTE INTELECTUAL)

Tradicionalmente ser inteligente ha sido sinónimo de tener desarrolladas ciertas habilidades como la memoria, la capacidad matemática o la lógica. Con esa inteligencia se presuponía el potencial para hacer una carrera universitaria que te garantizara un cierto bienestar socio-económico. Se puede hablar de inteligencia académica, inteligencia cognitiva o inteligencia operativa.

El método para medirla son los test que miden el cociente intelectual (CI). De estos, el más conocido y utilizado, es la «Escala Wechsler de Inteligencia para Adultos«, llamada comúnmente “WAIS” por sus siglas en el inglés original.

De forma muy esquemática este test mide:

  1. Nuestra comprensión verbal (nuestra capacidad y precisión de poner nombres a los conceptos más complejos, más abstractos, y nuestra capacidad para establecer relaciones entre estos conceptos).
  2. Nuestro razonamiento perceptivo (mide nuestra capacidad para identificar, clasificar y manejar conceptos no verbales, sobre todo visuales).
  3. Nuestra memoria de trabajo (nuestra capacidad de retener información a corto plazo para llevar a cabo una tarea concreta)
  4. Nuestra velocidad de procesamiento (el tiempo que tardamos desde que se nos pide la realización de una tarea hasta que la llevamos a cabo).

Sus limitaciones, al no tener en cuenta parámetros que hagan referencia a las dimensiones más emocionales de las personas y su interpretación rígida, son motivos de crítica y controversia.

Es el referente más común para medir la inteligencia y se utiliza, cada vez de forma más flexible, para establecer los conceptos de discapacidad intelectual (CI por debajo de 70 puntos) y de superdotación (cuando el CI supera 130 puntos).

¿QUÉ ES LA DISCAPACIDAD INTELECTUAL?

Actualmente el diagnóstico y clasificación de la discapacidad intelectual se basa más en las características clínicas y funcionales de la persona que rigurosamente en el resultado numérico de la escala de WAIS (CI por debajo de 70 puntos)

Os propongo esta propuesta de Gorabide (asociación formada por familias y orientada a dar apoyo a las personas con discapacidad intelectual de Bizkaia):

“La discapacidad intelectual no es una enfermedad; es una forma diferente de ser. Una condición diversa de estar en el mundo, que se acompaña por un funcionamiento intelectual significativamente inferior a la media que se traduce en dificultades adaptativas en áreas como la comunicación, en el cuidado propio, la vida en el hogar, habilidades sociales, uso de la comunidad, autodirección, cuidado de la salud y seguridad, necesidades educativas específicas, ocio y trabajo.

¿QUÉ ES LA SUPERDOTACIÓN?

Se considera que una persona es superdotada o presenta altas capacidades cuando su CI supera los 130-140 puntos. La personalidad del superdotado también llamadas personas con altas capacidades o talentos es característica. Son personas con una capacidad sensorial aumentada, con una capacidad superior para procesar esa información y que generan respuestas emocionales diferentes a la mayoría.

Las personas superdotadas adultas destacan por su lucidez y creatividad. Tienen una alta capacidad de observación y son capaces de analizar la información que perciben de forma muy efectiva para poder sacar conclusiones lógicas. Son resolutivos/as con una alta capacidad de aportar soluciones originales e innovadoras. Son personas curiosas sin temor a enfrentarse a situaciones desconocidas. Son inquietas, con interés por aprender cosas nuevas y con mayor facilidad para aprender. Suelen presentar un alto grado de concentración cuando están motivados.

Los individuos adultos superdotados presentan también rasgos particulares a nivel afectivo. Tienen tendencia a hacer reflexiones existencialistas que les conduce cuadros depresivos. Son perfeccionistas y muy autoexigentes, circunstancia que los lleva a no satisfacer sus expectativas y caer en cuadros de baja autoestima. Tienen un elevado y rígido sentido de la justicia. También suelen tener un muy fino sentido del humor. Suelen tener mucha facilidad para empatizar con otras personas. Esta circunstancia, unida a su alta sensibilidad para emocionarse, puede llevarlos a escenarios en las que perciban con tal intensidad el sufrimiento ajeno que pueda afectarlos. Con frecuencia se ven frustrados cuando el entorno no les devuelve la misma empatía y comprensión que ellos son capaces de proporcionar. No suelen estar bien integrados socialmente.

En su libro ¿Demasiado inteligente para ser feliz?, Siaud-Facchin afirma que ellos mismos perciben -sin saber nombrarlo- que son diferentes y los demás igualmente lo perciben, pero lo atribuyen a un rasgo de carácter, a una personalidad “rara”, “diferente” o demasiado sensible. El exceso de inteligencia es un arma de doble filo: hace sufrir, pero a pocos se les ocurre compadecer a quien sufre por esta causa, salvo que ellos mismos aprendan a manejar sus peculiaridades. Al contrario, en ocasiones genera celos y reacciones de rechazo en su entorno, magnificando así el aislamiento y sufrimiento.

INTELIGENCIA EMOCIONAL

La inteligencia académica, inteligencia cognitiva o inteligencia operativa vinculada al cociente intelectual (CI) es demasiado limitada. Se plantea la posibilidad de que la inteligencia humana tenga que incluir la capacidad para reconocer y gestionar de forma adecuada las emociones y afectos tanto propios como de los demás. Se introduce y empieza a tener mucho protagonismo el concepto de inteligencia emocional.

Daniel Goleman es autor del libro Inteligencia emocional. En él propone la idea de que la gestión positiva de las emociones era más determinante para el éxito en la vida que el coeficiente intelectual. Para desarrollar esta inteligencia propone prestar especial atención a tres habilidades fundamentales:

  1. El autocontrol, el dominio de uno mismo, la capacidad de controlar nuestros impulsos y pasiones (templanza) que va aparejada a unas mejores integración y relaciones sociales.
  2. El entusiasmo, habilidades emocionales como el entusiasmo, el gusto por lo que se hace o el optimismo representan unos valores que pueden acercar a la persona a alcanzar un alto grado de bienestar en su vida.
  3. La empatía, ponerse en el lugar de los demás. A lo largo de la vida, esa capacidad para comprender lo que sienten los demás afecta a todas las facetas de nuestra vida que van desde las relaciones laborales, pasando por las relaciones sociales, las relaciones afectivas o la educación de los hijos.

El autor pone como ejemplo el ámbito laboral donde más evidente se hace el desequilibrio entre la sobrevaloración de la inteligencia operativa (CI) frente a la inteligencia emocional.
“En un entorno laboral de creciente profesionalización, en el que las personas son muy buenas en labores específicas, pero ignoran el resto de tareas que conforman la cadena de valor, la productividad depende cada vez más de la adecuada coordinación de los esfuerzos individuales. Por esa razón, la inteligencia emocional, que permite implementar buenas relaciones con las demás personas, es un capital inestimable para el trabajador de nuestro tiempo” (Goleman, Inteligencia emocional).

Existen pruebas psicométricas para medir la inteligencia emocional, instrumentos donde la inteligencia emocional se contempla bajo el prisma de habilidad: Trait Meta-Mood Scale (T.M.M.S.) o Instrumentos donde la inteligencia emocional se contempla bajo el prisma del rasgo Emotional Quotent Inventory (EQ-i): Bar-O, pero ninguno se ha convertido en referente como la escala de WAIS para medir el cociente intelectual (CI).

En el siguiente artículo hablaré de las INTELIGENCIAS MÚLTIPLES, un concepto que adquiere más protagonismo a comienzos del siglo XXI. Su origen se basa en la teoría propuesta por Howard Gardner en su libro Inteligencias múltiples: la teoría en la práctica, publicado en 1983.

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